No tengo hijos. Tampoco me ha tocado la lotería. La mayoría de las noticias que te matan de felicidad, al menos en mi vida, tienen que ver, hasta ahora, con evitar un mal mayor: saber que alguien a quien quieres y que estaba en problemas está bien, que Tamudo meta un gol para evitar un descenso, cosas así. Nada comparable a tener en tus manos un libro que tanto ha costado escribir.
Fue en miércoles santo y, aunque debió de ser a las seis de la tarde, yo andaba entre el primer y el segundo gintonic, que ya sabemos que eso lo magnifica todo más que la casa de Gran Hermano. Pero, quién sabe si por el efecto del enebro, lo cierto es que cuando mi editor llegó con un par de bolsas llenas de libros, un puñado de preciosos objetos llenos de mis letras, me entró una ilusión brutal. Más que grande o intensa, distinta. Un extraño orgullo. Supongo que la resolución física de tanto trabajo y tantos desvelos me ha hecho darme cuenta de que sí, ha merecido la pena.
Uno de mis grandes amigos, presente en el momento por la casualidad del gintonic, mi madre y mi señora esposa fueron los primeros en ver el libro, además del editor, que es el padre de la criatura, y yo su madre. Creo que lo de dentro está razonablemente bien, pero es seguro y no tiene debate que la edición es brutalmente buena. Léeme Libros será un sello de referencia porque José Antonio Menor, que es mi editor, le pone pasión, es muy inteligente y tiene clase. Y eso no se compra ni se puede regalar, solo se tiene.
El de la foto es mi chaval. Se llama ‘Fubolistas de izquierdas’ y me ha dado muchos disgustos mientras lo escribía. También lo he disfrutado, para qué negarlo. Y ahora tengo claro que todo lo que me va a dar serán alegrías. Y creo que a vosotros también.