Para que lo sepáis: este libro no va cofirmado porque soy un puto egocéntrico. Pero Javier Gómez, el muchacho de las corbatitas que cita a Nietzche en los informativos de deportes de laSexta, es cooperador necesario de este libro. Por trabajo y por entusiasmo. Por creer en mí más que yo. Nunca un tipo con tantas trazas para caerme mal me cayó tan bien.
Dicho lo cual, pocas cosas más míticas me han ocurrido en esta vida que poder escribir de Paolo Sollier en un bar de Vallecas.
Es extraño, pero en La Ochava, una taberna andaluza (o algo así) donde ponen unos bocadillos de cecina que te mueres y que está al lado de mi casa, escribo mejor que en ninguna parte. Quizá el olorcillo a torreznos me estimula la creatividad y la disciplina. Vaya usted a saber.
Algunos escritores sueñan con escribir una novela en un bar del Soho neoyorquino, porque son así de horteras y de tópicos. Otros se mesan la barba mirando un plato cuadrado mientras piensan en su próximo libro y ven modernos pasar por el cristal de la cafetería blanca y roja en la que escriben. No es mi caso. Soy escritor de grasa y futbolistas comunistas. Sueño cumplido. Punto para mí.
Paolo Sollier fue un ejemplo único de un tiempo y un lugar. Dio cabezazos a un balón pensando en el socialismo utópico. Escribió poemas en la fábrica de la FIAT antes de ir a entrenar. Una vez le dio una patada a un jugador y se sintió sucio. Militó en la izquierda de la izquierda y peleó contra sus contradicciones. Porque el fútbol, y más en los 70, era una metáfora de lo que no quería ser Paolo Sollier. Pero ése era él.
Para que os hagáis una idea de quién es, leed esto en ese pequeño y admirable milagro que es Diarios de Fútbol. Si queréis leer mucho más, y ojalá que mejor, tendréis que esperar a que se publique este libro, allá por la primavera de 2013.